La economía del siglo XVIII
La agricultura era la principal fuente de riqueza (ocupaba al 80% de la población). El 80% de la tierra cultivable estaba en manos de la Iglesia, los Ayuntamientos y la nobleza. Estaba vigente la institución del mayorazgo, que vinculaba la propiedad a un solo heredero que no podía vender las tierras. La corona, la nobleza y la Iglesia poseían señoríos, inmensas extensiones donde ejercían la jurisdicción y recibían rentas. La mayoría del campesinado era arrendatario o jornalero a causa de esta inmovilidad de la tierra (aunque en el norte existían algunos agricultores propietarios y en Cataluña predominaban los campesinos con contratos enfitéuticos, estables y a perpetuidad). En el norte la subdivisión de la tierra disponible llevó a los subforos (pequeñas parcelas insuficientes para mantener una familia), mientras que en el sur los privilegiados poseían enormes extensiones (latifundios) trabajadas por campesinos en arriendo y jornaleros en unas condiciones pésimas. Existía, además, la competencia de la ganadería ovina cuyos rebaños (en manos de grandes propietarios unidos en la poderosa Mesta) privaban tierras a la agricultura para destinarla a pastos. La industria se reducía a talleres artesanos en las ciudades organizados en gremios caracterizados por el control sobre la producción y la falta de demanda. El comercio era débil y de nivel local. Existían graves problemas de transportes.
